viernes, 6 de septiembre de 2013

La presentación de Jesús en el Templo

La presentación de Jesús en el Templo





Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. (Lucas 2:22-24)
La presentación en el templo
 
Todo primogénito hebreo debía ser consagrado a Dios, según la ley: “Yahvé dijo a Moisés: «Conságrame todo primogénito, todo primer parto entre los israelitas, tanto de hombres como de  animales; es mío»”. Ex 13, 1,  y también mandó: “Di esto a los israelitas: Cuando una mujer quede embarazada y tenga un hijo varón, quedará impura durante siete días; será impura como durante sus reglas. El octavo día será circuncidado el niño; pero ella permanecerá treinta y tres días más purificándose de su sangre. No tocará ninguna cosa santa ni irá al santuario hasta cumplirse los días de su purificación (…) Al cumplirse los días de su purificación, sea por niño o niña, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como sacrificio por el pecado. El sacerdote lo ofrecerá ante Yahvé, haciendo por ella el rito de expiación, y quedará purificada del flujo de su sangre. Esta es la ley referente a la mujer que da a luz a un niño o una niña. Si no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones, uno para el holocausto y otro para el sacrificio por el pecado; y el sacerdote hará por ella el rito de expiación y quedará pura»”. Lv 12, 1-8.

Cumplidos pues los 40 días del nacimiento, María y José, debían dirigirse ahora al Templo de Jerusalén, como lo mandaba la ley, debían ir a la purificación y al rescate del primogénito, como había sido ordenado: “Cuando
Yahvé te haya introducido en la tierra de los cananeos, como juró a ti y a tus padres, y te la haya dado, consagrarás a Yahvé todo primogénito. Todo primer nacido de tu ganado, si es macho, pertenece a Yahvé. Mas todo primer nacido del asno lo rescatarás con un cordero; y si no lo rescatas lo desnucarás. Rescatarás también todo primogénito de entre tus hijos. Y cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: ‘¿Qué significa esto?’, le dirás: ‘Con mano fuerte nos sacó Yahvé de Egipto, de la esclavitud’. Como el Faraón se obstinó en no dejarnos salir, Yahvé mató a todos los primogénitos en el país de Egipto, desde el primogénito del hombre hasta el primogénito del ganado. Por eso yo sacrifico a Yahvé todo primogénito macho del ganado, y rescato todo primogénito de mis hijos. Esto será como señal en tu brazo y como recordatorio en tu frente; porque con mano fuerte nos sacó Yahvé de Egipto»”. Ex 13, 11-16. Ahora, con estos elementos y la lectura de Lc 2, 22-38, hagamos  la contemplación de la presentación en el templo. Cerremos los ojos… y yendo a la escena, observemos los lugares…, las personas…, lo que hacen y dicen…. Miremos la curia que tuvo María para engalanar a su hijo, y a José que habiéndose procurado una borrica, se apresta quizá con sus mejores vestidos al igual que María, a tomar el camino a Belén en ascenso al monte Sión.  José  cabestrea el jumento sobre el cual va María con el niño en  brazos,  hasta llegar al atrio del templo, donde se escucha el vocerío de los mercaderes, ofreciendo las víctimas propicias para el sacrificio, que para el caso de la pareja sería un par de tórtolas, ya que era lo que su condición económica les permitía adquirir. Prestemos atención al anciano Simeón cuando movido por el Espíritu Santo, sale al encuentro del pequeño que introducen el templo y tomándolo en brazos, bendice al Señor y exclama el “Nunc Dimittis”[1]: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz;  porque han visto mis ojos tu salvación,  la que has preparado a la vista de todos los pueblos,  luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» Lc 2, 29-32; y cuando dice a María: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -  ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! – a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones» Lc 2, 34-35. Escuchemos también, a la profetiza Ana, que después de haber vivido siete años con su marido, y habiendo quedado viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunas y oraciones, y que presentándose  en aquella misma hora, alaba a Dios y habla del niño a todos los que esperan la redención de Jerusalén. cf. Lc 2, 36-38.

Finalmente contemplemos como cumplidos todos los ritos, la familia toma de nuevo el camino a su hogar.

El rescate del primogénito es otro deber del padre, que es cumplido por José. En el primogénito estaba representado el pueblo de la Alianza, rescatado de la esclavitud para pertenecer a Dios. También en esto, Jesús, que es el verdadero «precio» del rescate (cf. 1
Cor 6, 20; 7, 23; 1 Ped 1, 19), no sólo «cumple» el rito del Antiguo Testamento, sino que, al mismo tiempo, lo supera, al no ser él mismo un sujeto de rescate, sino el autor mismo del rescate. Exhortación  Apostólica, RedemptorisCustos, Juan Pablo II.
Fuente: http://www.congregacionmariana.org.co/index.php?option=com_content&view=article&id=304&Itemid=42

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