Aparición de Nuestro Señor a Nuestra Señora y los Apóstoles en el cenáculo.
Año 33
Fiesta: 3 de abril
Al
amanecer del tercer día, una vez pasado el sábado, María Magdalena,
María la de Santiago y Salomé se pusieron en camino hacia el sepulcro de
Jesús. El amor las impulsaba a prestar los últimos servicios al cuerpo
muerto del Señor, que no habían podido llevar a cabo en la tarde del
viernes. Mientras caminaban, se preguntaban unas a otras: ¿quién nos removerá la piedra de la entrada al sepulcro? (Mc 16, 3). Era, en efecto, una especie de rueda de molino que varios hombres habían colocado para cerrar la sepultura
Llama
la atención que los evangelios no mencionen a la Santísima Virgen. Tras
haber anotado su presencia al pie de la Cruz, la figura de Nuestra
Señora no vuelve a aparecer hasta después de la Ascensión, cuando San
Lucas, al principio del libro de los Hechos de los Apóstoles, señala que
María se encontraba en el Cenáculo de Jerusalén, con los Apóstoles, las
otras mujeres que habían seguido al Señor desde Galilea y varios de sus
parientes (cfr. Hch 1, 12-14).
Este
silencio es muy elocuente. María, al contrario de todos los demás,
creía firmemente en la palabra de su Hijo, que había predicho su
resurrección de entre los muertos al tercer día. Por eso, desde la más
remota antigüedad, los cristianos han pensado que pasó en vela la noche
del sábado al domingo, esperando el momento en que Jesús cumpliría su
promesa. Podemos pensar que, con la ayuda de Juan —que no se separaba de
Ella desde que la había recibido por madre al pie de la cruz—, dedicó
las horas anteriores a reunir a los discípulos del Maestro, tratando de
fortalecerlos en la fe y en la esperanza, sobre todo a los que habían
sido cobardes en aquellos momentos dolorosos.
Mientras despuntaba el alba del nuevo día —que pronto comenzaría a llamarse dies dominica, día del Señor—, la Virgen se metía
más y más en la oración. La fe y la esperanza de la Iglesia naciente
estaban concentradas en Ella. Y es sentir común que la primera aparición
del Señor resucitado fue para su Madre: no para que creyera, sino como
premio de su fidelidad y consuelo en su dolor. Después, con el pasar de
las horas, la noticia corrió de boca en boca: primero entre los
discípulos, a quienes se lo comunicaron las mujeres que habían ido al
sepulcro; y luego a círculos cada vez más amplios.
Sin
embargo, en Jerusalén los ánimos estaban todavía revueltos; la
crucifixión de Cristo no había aplacado los odios de los príncipes de
los sacerdotes y de los ancianos. Sobre los Apóstoles pendía un serio
peligro: el de ser acusados de robo y ocultamiento del cadáver. Quizá
por esta razón, los ángeles recordaron a las mujeres —para que lo
comunicaran a los discípulos— lo que Jesús mismo les había dicho antes
de la pasión: que se marcharan a Galilea (cfr. Lc 24, .
Aquel
primer domingo estuvo lleno de idas y venidas al sepulcro vacío.
Finalizó con la aparición de Jesús a los Apóstoles en el Cenáculo, a la
que seguiría otra en el mismo lugar, una semana después (cfr. Jn 20, 19 ss).
Luego debieron de emprender el viaje a Galilea, con María entre ellos,
por los senderos recorridos otras veces con Jesús en alegre compañía.
"La Virgen, seguramente alojada en la casa de Cafarnaún donde antes había vivido, seguía fortaleciendo a todos en la fe y en el amor".
A la espera de las manifestaciones del Maestro, los Apóstoles volvieron a su trabajo de pesca (cfr. Jn 21, 1 ss) mientras la Virgen, seguramente alojada en la casa de Cafarnaún donde antes había vivido, seguía fortaleciendo a todos en la fe y en el amor.
Poco
a poco los ánimos hostiles se aplacaron, los Apóstoles y los discípulos
vieron fortalecida su fe en la resurrección: de cada encuentro con el
Señor —los evangelios nos relatan sólo algunos— salían enardecidos,
alegres, optimistas de cara al futuro. Hasta que, en un momento
determinado, Jesús citó a los más íntimos en Jerusalén para darles las
últimas enseñanzas y recomendaciones, porque la partida definitiva se
acercaba.
Fue una tarde, después de consumir juntos la última comida. En la cima o en las laderas del Monte de los Olivos, con Jerusalén a sus pies, tuvieron la última reunión en familia con el Maestro. Quizá sus corazones se encogieron un poco, pensando que ya no le verían más. Pero el Señor mismo, adelantándose, les aseguró que continuaría con ellos de un modo nuevo (cfr. Mt 28, 20).
Les mandó no ausentarse de Jerusalén, sino esperar la promesa del Padre (Hch 1, 4), y luego subió a los Cielos para participar del señorío de Dios en su Humanidad Santísima. San Lucas cuenta la escena con detalle: los sacó hasta cerca de Betania y levantando sus manos los bendijo. Y mientras los bendecía, se alejó de ellos y comenzó a elevarse al cielo. Y ellos le adoraron y regresaron a Jerusalén con gran alegría (Lc 24, 50-52). Tenían consigo a la Madre de Jesús, que era también Madre de cada uno de ellos. Y, estrechados en torno a Ella, aguardaron la llegada del Espíritu Santo prometido.
J.A. Loarte
Fue una tarde, después de consumir juntos la última comida. En la cima o en las laderas del Monte de los Olivos, con Jerusalén a sus pies, tuvieron la última reunión en familia con el Maestro. Quizá sus corazones se encogieron un poco, pensando que ya no le verían más. Pero el Señor mismo, adelantándose, les aseguró que continuaría con ellos de un modo nuevo (cfr. Mt 28, 20).
Les mandó no ausentarse de Jerusalén, sino esperar la promesa del Padre (Hch 1, 4), y luego subió a los Cielos para participar del señorío de Dios en su Humanidad Santísima. San Lucas cuenta la escena con detalle: los sacó hasta cerca de Betania y levantando sus manos los bendijo. Y mientras los bendecía, se alejó de ellos y comenzó a elevarse al cielo. Y ellos le adoraron y regresaron a Jerusalén con gran alegría (Lc 24, 50-52). Tenían consigo a la Madre de Jesús, que era también Madre de cada uno de ellos. Y, estrechados en torno a Ella, aguardaron la llegada del Espíritu Santo prometido.
J.A. Loarte
Fuente:http://www.opusdei.es/art.php?p=44335
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