Aparición de Nuestro Señor a Nuestra Señora, en cuanto resucitó de los muertos
(de acuerdo con la fecha original).
Celebración 27 de Marzo
Francisco Fernández Carvajal
RESUCITó DE ENTRE LOS MUERTOS
— La Resurrección del Señor, fundamento de nuestra fe. Jesucristo vive: esta es la gran alegría de todos los cristianos.
— La luz de Cristo. La Resurrección, una fuerte llamada al apostolado.
—
Apariciones de Jesús: el encuentro con su Madre, a quien se aparece en
primer lugar. Vivir este tiempo litúrgico muy cerca de la Virgen.
I. En verdad ha resucitado el Señor, aleluya. A él la gloria y el poder por toda la eternidad1.
«Al
caer la tarde del sábado, María Magdalena y María, madre de Santiago, y
Salomé compraron aromas para ir a embalsamar el cuerpo muerto de Jesús.
—Muy de mañana, al otro día, llegan al sepulcro, salido ya el sol (Mc
16, 1-2). Y entrando, se quedan consternadas porque no hallan el cuerpo
del Señor. —Un mancebo, cubierto de vestidura blanca, les dice: No
temáis: sé que buscáis a Jesús Nazareno: non est hic, surrexitenimsicut dixit, —no está aquí, porque ha resucitado, según predijo (Mt 28, 5).
»¡Ha resucitado! —Jesús ha resucitado. No está en el sepulcro. —La Vida pudo más que la muerte»2.
La
Resurrección gloriosa del Señor es la clave para interpretar toda su
vida, y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria sobre la muerte,
dice San Pablo, toda predicación sería inútil y nuestra fe vacía de
contenido3. Además, en la Resurrección de Cristo se apoya nuestra futura
resurrección. Porque Dios, rico en misericordia, movido del gran amor
con que nos amó, aunque estábamos muertos por el pecado, nos dio vida
juntamente con Cristo... y nos resucitó con Él4. La Pascua es la fiesta
de nuestra redención y, por tanto, fiesta de acción de gracias y de
alegría.
La
Resurrección del Señor es una realidad central de la fe católica, y
como tal fue predicada desde los comienzos del Cristianismo. La
importancia de este milagro es tan grande, que los Apóstoles son, ante
todo, testigos de la Resurrección de Jesús5.
Anuncian
que Cristo vive, y este es el núcleo de toda su predicación. Esto es lo
que, después de veinte siglos, nosotros anunciamos al mundo: ¡Cristo
vive! La Resurrección es el argumento supremo de la divinidad de Nuestro
Señor.
Después
de resucitar por su propia virtud, Jesús glorioso fue visto por los
discípulos, que pudieron cerciorarse de que era Él mismo: pudieron
hablar con Él, le vieron comer, comprobaron las huellas de los clavos y
de la lanza... Los Apóstoles declaran que se manifestó con numerosas
pruebas6, y muchos de estos hombres murieron testificando esta verdad.
Jesucristo
vive. Y esto nos colma de alegría el corazón. «Esta es la gran verdad
que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha
resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del
dolor y de la angustia (...): en Él, lo encontramos todo; fuera de Él,
nuestra vida queda vacía»7.
«Se apareció a su Madre Santísima. —Se apareció a María de Magdala,
que está loca de amor. —Y a Pedro y a los demás Apóstoles. —Y a ti y a
mí, que somos sus discípulos y más locos que la Magdalena: ¡qué cosas le
hemos dicho!
»Que
nunca muramos por el pecado; que sea eterna nuestra resurrección
espiritual. —Y (...) has besado tú las llagas de sus pies..., y yo más
atrevido –por más niño– he puesto mis labios sobre su costado abierto»8.
II.
Dice bellamente San León Magno9 que Jesús se apresuró a resucitar
cuanto antes porque tenía prisa en consolar a su Madre y a los
discípulos: estuvo en el sepulcro el tiempo estrictamente necesario para
cumplir los tres días profetizados. Resucitó al tercer día, pero lo
antes que pudo, al amanecer, cuando aún estaba oscuro10, anticipando el
amanecer con su propia luz.
El
mundo había quedado a oscuras. Solo la Virgen María era un faro en
medio de tantas tinieblas. La Resurrección es la gran luz para todo el
mundo: Yo soy la luz11, había dicho Jesús; luz para el mundo, para cada
época de la historia, para cada sociedad, para cada hombre.
Ayer
noche, mientras participábamos –si nos fue posible– en la liturgia de
la Vigilia pascual, vimos cómo al principio reinaba en el templo una
oscuridad total, imagen de las tinieblas en las que se debate la
humanidad sin Cristo, sin la revelación de Dios. En un instante el
celebrante proclamó la conmovedora y feliz noticia: La luz de Cristo,
que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del
espíritu12. Y de la luz del cirio pascual, que simboliza a Cristo, todos
los fieles recibieron la luz: el templo quedó iluminado con la luz del
cirio pascual y de todos los fieles. Es la luz que la Iglesia derrama
sobre toda la tierra sumida en tinieblas.
La
Resurrección de Cristo es una fuerte llamada al apostolado: ser luz y
llevar la luz a otros. Para eso hemos de estar unidos a Cristo.
«Instaurare omnia in Christo, da como lema San Pablo a los cristianos de Éfeso (Ef 1, 10); informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas. Si exaltatus fuero a terra, omniatraham ad meipsum (Jn
12, 32), cuando sea levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré
hacia mí. Cristo con su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth,
con su predicación y milagros por las tierras de Judea y de Galilea,
con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la
creación, Primogénito y Señor de toda criatura.
»Nuestra
misión de cristianos es proclamar esa Realeza de Cristo, anunciarla con
nuestra palabra y con nuestras obras. Quiere el Señor a los suyos en
todas las encrucijadas de la tierra. A algunos los llama al desierto, a
desentenderse de los avatares de la sociedad de los hombres, para hacer
que esos mismos hombres recuerden a los demás, con su testimonio, que
existe Dios. A otros, les encomienda el ministerio sacerdotal. A la gran
mayoría, los quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas.
Por lo tanto, deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos
donde se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio,
al trabajo de la tierra, al taller del artesano, a las calles de las
grandes ciudades y a los senderos de montaña»13.
III.
La Virgen, que estuvo acompañada por las santas mujeres en las horas
tremendas de la crucifixión de su Hijo, no acompañó a estas en el
piadoso intento de terminar de embalsamar el Cuerpo muerto de Jesús.
María Magdalena y las
demás
mujeres que le habían seguido desde Galilea han olvidado las palabras
del Señor acerca de su Resurrección al tercer día. La Virgen Santísima
sabe que resucitará. En un clima de oración, que nosotros no podemos
describir, Ella espera a su Hijo glorificado.
«Los
evangelios no nos hablan de una aparición de Jesús resucitado a María.
De todos modos, como Ella estuvo de manera especialmente cercana a la
cruz del Hijo, hubo de tener también una experiencia privilegiada de su
resurrección»14. Una tradición antiquísima de la Iglesia nos transmite
que Jesús se apareció en primer lugar y a solas a su Madre. En primer
término, porque Ella es la primera y principal corredentora del género
humano, en perfecta unión con su Hijo. A solas, puesto que esta
aparición tenía una razón de ser muy diferente de las demás apariciones a
las mujeres y a los discípulos. A estos había que reconfortarlos y
ganarlos definitivamente para la fe. La Virgen, que ya había sido
constituida Madre del género humano reconciliado con Dios, no dejó en
ningún momento de estar en perfecta unión con la Trinidad Beatísima.
Toda la esperanza en la Resurrección de Jesús que quedaba sobre la
tierra se había cobijado en su corazón.
No
sabemos de qué manera tuvo lugar la aparición de Jesús a su Madre. A
María Magdalena se le apareció de forma que ella no le reconoció en un
primer momento. A los dos discípulos de Emaús
se les unió como un hombre que iba de viaje. A los Apóstoles reunidos
en el Cenáculo se les apareció con las puertas cerradas... A su Madre,
en una intimidad que podemos imaginar, se le mostró en tal forma que
Ella conociera, en todo caso, su estado glorioso y que ya no continuaría
la misma vida de antes sobre la tierra15. La Virgen, después de tanto
dolor, se llenó de una inmensa alegría. «No sale tan hermoso el lucero
de la mañana –dice fray Luis de Granada–, como resplandeció en los ojos
de la Madre aquella cara llena de gracias y aquel espejo sin mancilla de
la gloria divina. Ve el cuerpo del Hijo resucitado y glorioso,
despedidas ya todas las fealdades pasadas, vuelta la gracia de aquellos
ojos divinos y resucitada y acrecentada su primera hermosura. Las
aberturas de las llagas, que eran para la Madre como cuchillos de dolor,
verlas hechas fuentes de amor; al que vio penar entre ladrones, verle
acompañado de ángeles y santos; al que la encomendaba desde la cruz al
discípulo ve cómo ahora extiende sus
amorosos brazos y le da dulce paz en el rostro; al que tuvo muerto en sus brazos, verle ahora resucitado ante sus ojos. Tiénele,
no le deja; abrázale y pídele que no se le vaya; entonces, enmudecida
de dolor, no sabía qué decir; ahora, enmudecida de alegría, no puede
hablar»16. Nosotros nos unimos a esta inmensa alegría.
Se
cuenta que Santo Tomás de Aquino, cada año en esta fiesta, aconsejaba a
sus oyentes que no dejaran de felicitar a la Virgen por la Resurrección
de su Hijo17. Es lo que hacemos nosotros, comenzando hoy a rezar el
Regina Coeli, que ocupará el lugar del Ángelus durante el
tiempo Pascual: Alégrate, Reina del cielo, ¡aleluya!, porque Aquel a
quien mereciste llevar dentro de ti ha resucitado, según predijo... Y le
pedimos que nosotros resucitemos en íntima unión con Jesucristo.
Hagamos el propósito de vivir este tiempo pascual muy cerca de Santa
María.
1 Antífona de entrada de la Misa. Cfr. Lc 24, 34; Cfr. Apoc 1, 6. — 2 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Santo Rosario, primer misterio glorioso. — 3 Cfr. 1 Cor 15, 14-17. — 4 Ef 2, 4-6. — 5 CfrHech 1, 22; 2, 32; 3, 15; etc. — 6 Hech 1, 3. — 7 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo
que pasa, 102. — 8 ÍDEM, Santo Rosario, primer misterio glorioso. — 9
SAN LEÓN MAGNO, Sermón 71, 2. — 10 Jn 20, 1. — 11 Jn
8, 12. — 12 MISAL ROMANO, Vigilia pascual. — 13 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ,
Es Cristo que pasa, 105. — 14 JUAN PABLO II, Discurso en el santuario de
Nª Sª de la Alborada, Guayaquil, 31-I-1985. — 15 Cfr. F. M. WILLAM,
Vida de María, Herder,
Barcelona 1974, p. 330. — 16 FRAY LUIS DE GRANADA, Libro de la oración y
meditación, Palabra, 2ª ed., Madrid 1979, 26, 4, 16. — 17 Cfr. Fr. J.
F. P., Vida y misericordia de la Santísima Virgen, según los textos de
Santo Tomás de Aquino, Segovia 1935, pp. 181-182.
Nota:
Ediciones Palabra (poseedora de los derechos de autor) sólo nos ha
autorizado a difundir la meditación diaria a usuarios concretos para su
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de distribución.
Fuente:
http://docs.google.com/viewer?a=v&q=cache:x7HM8SMznecJ:www.homiletica.org/franciscofernandez0314.pdf+Aparici%C3%B3n+de+Nuestro+Se%C3%B1or+a+Nuestra+Se%C3%B1ora,+en+cuanto+resucit%C3%B3+de+los+muertos&hl=es-419&gl=mx&pid=bl&srcid=ADGEESjoiirtGP71eMRNXGpImOhIdK9i5q-Qig3a5g45hLi35v_srjyJkNmFL-iBQDFKjsckKP6ckYzdt1fWpcgM6PS5AhFpqrfKy8OzCRvASUA08Bn6SEcfWez0cOSXrwkP52MIYryu&sig=AHIEtbSj97hTWvUPFt6eg3hIJokmouvxtA
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