Primer Milagro de Jesús

El primer milagro de Jesús fue por intercesión de María:
Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: "No tienen vino".
Jesús le respondió: "Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía".
Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan todo lo que él les diga". Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde.
"Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron. (Juan: 2-8)
Jesús le respondió: "Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía".
Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan todo lo que él les diga". Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde.
"Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron. (Juan: 2-8)
El primer milagro de Jesús
Padre Francisco Fernández Carvajal
Jn 2, 1-11
- El milagro de Caná. La Virgen es llamada omnipotencia suplicante.
- La conversión del agua en vino. Nuestras tareas también se pueden convertir en gracia: hacerlas acabadamente.
- Generosidad de Jesús. Siempre nos da más de lo que pedimos.
I. En Caná
 tiene lugar una boda. Esta ciudad está a poca distancia de Nazaret, 
donde vive la Virgen. Por amistad o relaciones familiares se encuentra 
Ella presente en la pequeña fiesta. También Jesús ha sido invitado a la 
boda con sus primeros discípulos.
Era
 costumbre que las mujeres amigas de la familia preparasen todo lo 
necesario. Comenzó la fiesta y, por falta de previsión o por una 
inesperada afluencia de invitados, faltó el vino. La Virgen, que presta 
su ayuda, se da cuenta de que el vino escasea. Allí está Jesús, su Hijo y
 su Dios; acaba de inaugurarse públicamente la predicación y el 
ministerio del Mesías. Ella lo sabe mejor que ninguna otra persona. Y 
tiene lugar este diálogo lleno de ternura y sencillez entre la Madre y 
el Hijo, que nos presenta el Evangelio de la Misa de hoy (1): La Madre 
de Jesús le dijo: No tienen vino. Pide sin pedir, expone una necesidad: 
no tienen vino. Nos enseña a rogar.
Jesús le respondió: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora.
Parece
 como si Jesús fuera a negarle a María lo que le pide: no ha llegado mi 
hora, le dice. Pero la Virgen, que conoce bien el corazón de su Hijo, 
actúa como si hubiera accedido a su petición inmediatamente: haced lo 
que Él os diga, dice a los sirvientes.
María
 es la Madre atentísima a todas nuestras necesidades, como no lo ha 
estado ni lo estará ninguna madre sobre la tierra. El milagro tendrá 
lugar porque la Virgen ha intercedido; sólo por esa petición.
“¿Por
 qué tendrán tanta eficacia los ruegos de María ante Dios? Las oraciones
 de los santos son oraciones de siervos, en tanto que las de María son 
oraciones de Madre, de donde procede su eficacia y carácter de 
autoridad; y como Jesús ama inmensamente a su Madre, no puede rogar sin 
ser atendida (...). Nadie pide a la Santísima Virgen que interceda ante 
su Hijo en favor de los consternados esposos. Con todo, el corazón de 
María, que no puede menos que compadecer a los desgraciados (...), la 
impulsó a encargarse por sí misma del oficio de intercesora y pedir al 
Hijo el milagro, a pesar de que nadie se lo pidiera (...). Si la Señora 
obró así sin que se lo pidieran, ¿qué hubiera sido si le rogaran?” (2). 
¿Qué no hará cuando -¡tantas veces a lo largo del día!- le decimos 
“ruega por nosotros”? ¿Qué no conseguiremos si nos empeñamos en acudir a
 Ella una y otra vez?
Omnipotencia
 suplicante. Así ha llamado la piedad cristiana a nuestra Madre Santa 
María, porque su Hijo es Dios y nada puede negarle (3). Ella está 
siempre pendiente de nuestras necesidades espirituales y materiales; 
desea, incluso más que nosotros mismos, que no cesemos de implorar su 
intervención ante Dios en favor nuestro. Y nosotros, ¡tan necesitados y 
tan remisos en pedir!, ¡tan desconfiados y tan poco pacientes cuando lo 
que pedimos parece que tarda en llegar!
¿No
 tendríamos que acudir con más frecuencia a Nuestra Señora? ¿No 
deberíamos poner más confianza en la petición, sabiendo que Ella nos 
alcanzará lo que nos es más necesario? Si consiguió de su Hijo el vino, 
que no era absolutamente necesario, ¿no va a remediar tantas necesidades
 urgentes como tenemos? “Quiero, Señor, abandonar el cuidado de todo lo 
mío en tus manos generosas. Nuestra Madre -¡tu Madre!- a estas horas, 
como en Caná, ha hecho sonar en tus oídos: ¡no tienen!... Yo creo en Ti, espero en Ti, Te amo, Jesús: para mí, nada; para ellos” (4).
II.
 Dos veces llama San Juan Madre de Jesús a la Virgen. La siguiente 
ocasión será en el Calvario (5). Entre los dos acontecimientos -Caná
 y el Calvario- hay diversas analogías. Uno está situado al comienzo y 
el otro al final de la vida pública de Jesús, como para indicar que toda
 la obra del Señor está acompañada por la presencia de María. Ambos 
episodios señalan la especial solicitud de Santa María hacia los 
hombres; en Caná
 intercede cuando todavía no ha llegado la hora (6); en el Calvario 
ofrece al Padre la muerte redentora de su Hijo, y acepta la misión que 
Jesús le confiere de ser Madre de todos los creyentes (7).
“En Caná de Galilea se muestra sólo un aspecto 
concreto de la indigencia humana, aparentemente pequeño y de poca 
importancia: "No tienen vino. Pero esto tiene un valor simbólico. El ir 
al encuentro de las necesidades del hombre significa, al mismo tiempo, 
su introducción en el radio de acción de la misión mesiánica y del poder
 salvífico de Cristo. Por consiguiente, se da una mediación: María se 
pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, 
indigencias y sufrimientos. Se pone "en medio", o sea, hace de mediadora
 no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de 
que como tal puede -más bien "tiene el derecho de"- hacer presente al 
Hijo las necesidades de los hombres” (8).
Dijo
 su Madre a los sirvientes: Haced lo que Él os diga. Y los sirvientes 
obedecieron con prontitud y eficacia: llenaron seis tinajas de piedra 
preparadas para las purificaciones, como les dijo el Señor. San Juan 
indica que las llenaron hasta arriba.
Sacad
 ahora, les dice el Señor, y llevádselo al mayordomo. Y el vino es el 
mejor que cualquiera de los que han bebido los hombres.
Como
 el agua, también nuestras vidas eran insípidas y sin sentido, hasta que
 Jesús ha llegado a nosotros. Él transforma nuestro trabajo, nuestras 
alegrías y nuestras penas; hasta la muerte es distinta junto a Cristo. 
El Señor sólo espera que realicemos nuestros deberes usque ad summum,
 hasta arriba, acabadamente, para que Él realice el milagro. Si quienes 
trabajan en la Universidad, y en los hospitales, y en las tareas del 
hogar, y en las finanzas, y en las fábricas..., lo hicieran con 
perfección humana y con espíritu cristiano, mañana nos levantaríamos en 
un mundo distinto. El Señor convierte en vino riquísimo nuestras labores
 y trabajos, que de otra manera permanecen sobrenaturalmente estériles. 
El mundo sería entonces una fiesta de bodas, un lugar más habitable y 
digno del hombre, en el que la presencia de Jesús y de María imprimen un
 gozo especial.
Llenad
 de agua las tinajas, nos dice el Señor. No dejemos que la rutina, la 
impaciencia, la pereza, dejen a medio realizar nuestros deberes diarios.
 Lo nuestro es poca cosa; pero el Señor quiere disponer de ello. Pudo 
Jesús realizar igualmente el milagro con las tinajas vacías, pero quiso 
que los hombres cooperaran con su esfuerzo y con los medios a su 
alcance. Luego Él hizo el prodigio, por petición de su Madre.
¡Qué
 alegría la de aquellos servidores obedientes y eficaces cuando vieron 
el agua transformada en vino! Son testigos silenciosos del milagro, como
 los discípulos del Maestro, cuya fe en Jesús quedó confirmada. ¡Qué 
alegría la nuestra cuando, por la misericordia divina, contemplemos en 
el Cielo todos nuestros quehaceres convertidos en gloria!
III.
 Jesús no nos niega nada; y de modo particular nos concede lo que 
solicitemos a través de su Madre. Ella se encarga de enderezar nuestros 
ruegos si iban algo torcidos, como hacen las madres. Siempre nos concede
 más, mucho más de lo que pedimos, como ocurre en aquella boda de Caná
 de Galilea. Hubiera bastado un vino normal, incluso peor del que se 
había ya servido, y muy probablemente hubiera sido suficiente una 
cantidad mucho menor.
San
 Juan tiene especial interés en subrayar que se trataba de seis tinajas 
de piedra con capacidad de dos o tres metretas cada una, para poner de 
manifiesto la abundancia del don, como hará igualmente cuando narre el 
milagro de la multiplicación de los panes (9), pues una de las señales 
de la llegada del Mesías era la abundancia.
Los
 comentaristas calculan que el Señor convirtió en vino una cantidad que 
oscila entre 480 y 720 litros, según la capacidad de estas grandes 
vasijas judías (10). ¡Y del mejor vino! Así también en nuestra vida. El 
Señor nos da más de lo que merecemos y mejor.
También
 concurren aquí dos imágenes fundamentales, con las que había sido 
descrito el tiempo del Mesías: el banquete y los desposorios. Serás como
 corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu 
Dios, nos dice el profeta Isaías en una imagen bellísima, recogida en la
 Primera lectura de la Misa. Ya no te llamarán “abandonada”, ni a tu 
tierra “devastada”; a ti te llamarán “mi favorita”, y a tu tierra 
“desposada”; porque el Señor te prefiere a ti y tu tierra tendrá marido.
 Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó;
 la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios
 contigo (11). Es la alegría y la intimidad que Dios desea tener con 
todos nosotros.
Aquellos
 primeros discípulos, entre los que se encuentra San Juan, están 
asombrados. El milagro sirvió para que dieran un paso adelante en su fe 
primeriza. Jesús los confirmó en la fe, como hace con quienes le han 
seguido.
Haced lo que Él os diga. Son las últimas palabras de Nuestra Señora en el Evangelio. No podían haber sido mejores.
(1) Cfr. Jn
 2, 1-12.- (2) SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO, Sermones abreviados, Sermón 
48: De la confianza en la Madre de Dios .- (3) Cfr. JUAN PABLO II, 
Homilía en el Santuario de Pompeya, 21-X-1979, nn. 4-6.- (4) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 807.- (5) Cfr. Jn 19, 25.- (6) Cfr. Jn 2, 4.- (7) Cfr. CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 58.- (8) JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, 20.- (9) Jn 6, 12-13.- (10) SAGRADA BIBLIA, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, nota a Jn 2, 6.- (11) Is 62, 3-5.
 Fuente: franciscofcarvajal.org
Fuente: http://www.mariologia.org/mariaenlassagradasescrituras291.htm
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